No condeno el suicidio», dice el intérprete de «El vals del adiós», que Louis Aragon escribió antes de quitarse la vida y que representará en Calasparra.
Le partió el corazón Fernando Guillén a Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios, la película que Almodóvar estrenó en el Teatro Romea de Murcia, escenario al que le gustaría volver al veterano actor para representar El vals del adiós, de Louis Aragon, la función que mañana pondrá en escena en Calasparra. Fernando Guillén, amante amado, actor de éxito y hombre que vive el presente procurando tener las menos ataduras posibles, encarna en este espectáculo de oscuridades y poesías al gran escritor francés, quien se suicidó poco después de concluir esta danza que creó como su testamento.
-En su forma de ver el mundo, ¿qué porcentaje de culpa tienen los personajes de teatro que ha interpretado o leído?
-Es muy curioso, y muy difícil de saber, lo que me planteas. En principio, yo pienso que al ser un hombre de izquierdas, y lo digo claramente porque creo que en estos momentos hay que ser muy claro, efectivamente me he acercado, siempre que he podido, a autores como Sartre, con el que tuve problemas infinitos con la censura; o a Camus, Albee o Pinter. Lo que sí sé es que hay grandes personajes que, de alguna manera, te marcan y llegan a apoderarse de ti.
-¿Con qué personaje le pasó eso a usted?
-Interpretando la obra Equus (de Peter Shaffer). La representé durante dos años, a dos funciones diarias y, efectivamente, aquello fue tremendo; era como una especie de terapia impúdica frente a los telespectadores.
-¿Y qué tal con El vals del adiós?
-Lo llevo representando poco tiempo. Es un texto, del que me he enamorado, que escribió poco antes de suicidarse Aragon, y que puede considerarse una carta a sus semejantes. Fue Jean-Louis Trintignant el que pensó, hace unos años, que sería un texto muy adecuado para ser leído en un teatro. Y así lo llevó él a escena: sentado en una mesa y leyendo. Yo lo interpreto de otra manera, haciendo realmente de Louis Aragon, y es apasionante. Mezcla sueño y realidad volviendo a sus orígenes surrealistas y dadaístas.
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