El Bala Azul, equipo joven y bisoño, que dejó jugar y no dio leña, noble por tanto, y que compareció con cinco bajas, no fue rival para un Calasparra que jugó un excelente partido. Basta decir que les hizo a los del Playasol diecinueve ocasiones, la mayoría en jugadas de ocho o nueve toques, preciosistas, hilvanadas y con calidad. En el último minuto, por ejemplo, dos balones se estrellaron en la madera. Los mazarroneros protestaron las tarjetas y el primer penalti que se les señaló en contra, porque el segundo que les pitaron ni se molestaron en discutirlo.
Para hacer justicia el árbitro anduvo muy fácil de cartulina, ya que el partido no fue ni violento ni antideportivo. La superioridad del Calasparra fue tan aplastante que es pura quimera discutir el resultado por la actuación arbitral. Es más, si los delanteros calasparreños hubieran acertado de cara a puerta, el resultado habría sido de escándalo, porque diecinueve oportunidades es difícil que se presenten en cualquier choque.
Los locales, espléndidos
¿Quiere decir esto que el Bala Azul es un mal equipo? Han pasado peores este año por La Caverina, lo que sucede es que los azules son un cuadro bisoño, que dejaron jugar y se encontraron con un Calasparra, especialmente espléndido hasta la consecución del 4-0, en que se relajaron. Aún así fabricaron varias oportunidades más. Agonizaba el choque cuando en un sólo minuto la vanguardia local estrelló dos balones en la madera de Raúl, el segundo de ellos un zambombazo de Félix Cuesta, ante el que el portero visitante, que tuvo una gran actuación, nada pudo hacer.
El Calasparra jugó casi todo el partido hilvanando las jugadas desde la defensa, reiniciando los ataques cuando había dudas, tocando el esférico con precisión y teniendo la paciencia suficiente para esperar el hueco y situar a sus delanteros ante el gol.