Sala de la Encomienda
Exposición Fotográfica bajo el título “La España Sumergida”
Autor de la Exposición: Gabriel Muñiz
Fecha: del 16 de Febrero al 3 de marzo
Introducción al tema y Entrevista al autor
La necesidad de satisfacer una creciente demanda con fines energéticos, de riego y de consumo, hizo del siglo XX un período presidido por la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas. Hoy podríamos afirmar que, sin aquellos proyectos, sin aquel esfuerzo invertido por miles de incansables personas, poco se aproximaría nuestro país a la modernidad del XXI.
Sin embargo, aquellas infraestructuras supusieron un costo añadido, imposible de cuantificar en términos mercantiles, en valores de rentabilidad como “hectómetro cúbico” o “kilowatios/hora”. Hablamos de un costo al cual, si acaso, tendríamos que aproximarnos en términos patrimoniales y sociológicos.
Se cuentan por centenas los pueblos sumergidos bajo los numerosos embalses españoles. Núcleos urbanos al completo, iglesias, puentes, castillos y monasterios, sucumbieron a la profundidad de las aguas al estar situados en las proximidades de las cuencas hidrográficas. Se trata de un patrimonio histórico y cultural que, en muchos casos, hoy sólo habita en el recuerdo de unos pocos, los que nacieron y vivieron en aquellos lugares.
Este costo pertenece al terreno de lo sentimental, de lo humano y lo cultural como valor último; un sacrificio en aras de un bien común: la disponibilidad de agua por parte de nuestra sociedad. El cometido de esta exposición sería, en este sentido, rescatar para la memoria el patrimonio arqueológico y antropológico sumergido, como parte intrínseca de la relación ancestral del hombre con el agua, elemento alrededor del cual surgieron culturas y modos de vida irrepetibles.
Además, trata de ser un homenaje a los antiguos habitantes de estos lugares, asignatura pendiente en nuestro país, y que se conseguiría prestando oídos, ojos y entendimiento, a la propia identidad histórica, cultural y humana, que cedió su espacio a la implacable llegada de la modernidad:
Prestar oídos a los testimonios de personas que mantienen vivo el recuerdo de sus pueblos, de su forma de vida y aprovechamientos. Ojos a cuantos vestigios aún somos capaces de entrever o imaginar asomando en las aguas, emergiendo a la superficie como Atlántidas renacidas, y que parecen reclamar su espacio en la memoria colectiva. Entendimiento, en definitiva, para saber valorar aquello que desapareció, para conservar estos espacios, y preservar nuestro patrimonio cultural de futuras pérdidas y mirando de frente a las siguientes generaciones.
Cualquier emigrante de los años sesenta tendría la posibilidad de regresar un día al pueblo que lo vio nacer, de pasear sus calles, una referencia vital muy importante para ellos. Los habitantes de los pueblos sumergidos, sin embargo, pertenecerían a una clase de emigrantes fuera de lo común, aquellos que, si regresaran al lugar que los vio nacer, deberían contentarse con mirar a lo más profundo de un pantano.
La plasticidad en la que se apoya el trabajo es innegable: la materia inmóvil e imperturbable, emergiendo sobre el agua en perpetuo movimiento. Imágenes que sorprenden por lo mágico de esta conjunción, por la quietud del paisaje y la ausencia de vida humana.
La exposición consiste en una selección de imágenes que Gabriel Muñiz fue tomando a lo largo de tres años, durante un recorrido por todas las regiones de España. La idea principal, a la hora de tomar las fotografías, fue localizar aquellos embalses en los que el autor tuvo noticias de que emergían ocasionalmente restos de antiguos pueblos sobre las aguas. Entre los más de 500 pueblos que quedaron anegados, apenas 25 cumplieron con esta expectativa. La tarea fue ardua, pues apenas existe documentación fiable sobre este tema, y fueron necesarios infinidad de desplazamientos y conversaciones con los habitantes de las zonas próximas para localizar muchos de estos restos. Igualmente, una vez localizados fue muy complicado aproximarse a muchos de ellos para poder fotografiarlos, obligando, en multitud de ocasiones, a utilizar una balsa para conseguir el ángulo y la cercanía adecuados. En este sentido, primaba la consecución de la fotografía sobre el valor lumínico y estético.
Entrevista a Gabriel Muñiz
Exposición “La España Sumergida
¿Cómo surgió la idea del proyecto “La España Sumergida”?
El proyecto en sí consiste en la realización de un libro que todavía no ha visto la luz, del cual se han extraído una selección de fotografías para esta exposición. La idea del proyecto surgió a raíz de la sequía que tuvo lugar en el año 2005. Durante aquel verano, diferentes medios de comunicación se hacían eco de un problema que comenzaba a ser preocupante, llamando a la ciudadanía sobre la imperiosa necesidad de ahorrar en el consumo. Para ilustrar aquellas noticias, de vez en cuando se mostraban imágenes de algún pueblo hasta entonces sumergido, lugares que llevaban más de diez o quince años ocultos. Siempre me había sentido fascinado por los pueblos abandonados y decidí visitar uno de ellos con el fin de elaborar un reportaje. En realidad, supuso el punto de partida para un trabajo de mucha más envergadura.
¿Qué criterios le guiaron en su elaboración?
Desde el primer momento me centré en las posibilidades estéticas que suponía mostrar algunos de estos escenarios. Vivimos en la sociedad de la imagen, y la fuerza de la fotografía primaba sobre cualquier otro criterio de selección que pudiera plantearme. Necesitaba encontrar una serie de localizaciones que transmitieran todo cuanto quería decir. El resultado fue una lista de 22 espacios muy concretos, a través de cuyas imágenes e historias pretendía que se sintieran reflejadas todas y cada una de las comunidades afectadas de España.
¿A qué se refiere? ¿Cuál es la idea que quiere transmitir?
El objetivo, antes que nada, consiste en rendir un homenaje a toda una generación, y en particular a cuantos tuvieron que abandonar sus hogares, sus tierras y costumbres para que usted y yo pudiéramos encender la luz, tomar una ducha o bebernos un vaso de agua del grifo.
¿De cuántas personas hablamos?
De muchas más de las que podamos imaginar. En España quedaron anegados, durante apenas dos décadas, más de quinientos pueblos. En algunos casos comarcas al completo, valles y vegas de extraordinaria riqueza cultural y medioambiental que desaparecieron de un plumazo.
¿Por qué cree usted, después de todos estos años, que sería necesario este homenaje?
Sencillamente porque nunca se ha producido. Se trata de una asignatura pendiente en nuestro país, de una deuda, ahora que está tan en boga el concepto de “memoria histórica”, que la sociedad tiene hacia ellos. El proyecto no pretende en ningún momento abrir viejas heridas, no se presta a una polémica sin sentido, sólo intenta sensibilizar a la gente sobre un asunto que ha permanecido hasta ahora olvidado.
¿Y cuál es, en su opinión, el motivo para esta falta de reconocimiento?
El desinterés hacia un problema por el cual las instituciones sienten verdadera aversión. La mayoría de estos abandonos se produjeron en la década de los 50 y 60, tiempos en que, a golpe de decretazo, se ponía en la calle a familias enteras con indemnizaciones ridículas. Aunque hoy vivimos en democracia y en principio debería haberse superado, parece seguir siendo un asunto tabú.
Volviendo al proyecto, ¿puede explicarnos cómo se ha documentado y las dificultades que se ha encontrado en su elaboración?
En general, existe escasa documentación sobre el asunto de los pueblos sumergidos. Podemos encontrar diferentes publicaciones, normalmente a cargo de cronistas locales, que abarcan el tema desde un ámbito puramente comarcal. Son obras muy loables, pero con poca tirada y repercusión mediática, la mayoría de las veces agotadas y a disposición de algunos vecinos y ayuntamientos. Internet ha sido también una herramienta muy valiosa. Investigando en foros conseguí las primeras pistas sobre lugares de los que prácticamente ya nadie habla. Para que se haga una idea, mi fuente de información para el capítulo dedicado a Linares de Arroyo fue la página web de un emigrante nacido allí que hoy reside en Estados Unidos. Sin embargo, la mayor dificultad ha sido discriminar, entre la gran cantidad de pueblos afectados, aquellos que todavía mostraran vestigios arquitectónicos relativamente reconocibles.
Se entiende, por tanto, que gran parte de los pueblos anegados han desaparecido definitivamente.
Así es. La gran mayoría de los pueblos fueron demolidos a conciencia o dinamitados antes de quedar sumergidos. En algunos casos, como en Riaño, cuando bajan las aguas no es posible ver piedra sobre piedra.
¿Cómo se explica entonces que algunos edificios, como los que refleja su proyecto, se mantuvieran en pie?
Cada lugar tuvo su propia historia. Existen pueblos, como los de la vega del Miño, que en un principio quedaron sumergidos tal cual, con sus tejados y todo. En épocas de sequía, cuando emergían, se podía incluso pasear por sus calles embarradas, pero pronto se vio que amenazaban derrumbe, y se demolieron definitivamente antes de que ocurriera una desgracia. Como denominador común podríamos afirmar que fueron las iglesias las que, en mayor medida, fueron respetadas. No me pregunte por qué, posiblemente por tratarse de edificios de advocación, pero son apenas los únicos vestigios que perduran. En cuanto a los cementerios, lo acostumbrado fue trasladar los restos a otros camposantos antes de proceder a su hormigonado. En general, la fisonomía actual de los pueblos se limita a unas cuantas paredes en pie y poco más.
La obra también refleja algunos monumentos que quedaron a salvo.
Efectivamente. El caso más llamativo es la iglesia de San Pedro de la Nave, en Zamora. Pocos saben que el emplazamiento original de esta joya de la arquitectura visigoda se encuentra bajo el pantano de Ricobayo. Hoy podemos admirarla en el vecino pueblo de Campillo, donde fue trasladada por la empresa Saltos del Duero. Encontramos otros ejemplos, como el arco romano denominado Los Mármoles, que pertenecía a la antigua Augustóbriga (capítulo de Talaverilla), o el imponente puente Mantible (capítulo del embalse de Alcántara), también romano. Ambos monumentos fueron rescatados y puestos a salvo en una cota superior del pantano. Sin embargo, muchos monumentos de gran interés patrimonial sucumbieron. Sin ir más lejos, el valioso pueblo de Mansilla quedó sumergido al completo, y sólo unos años después de la inundación, aprovechando una sequía, se salvó un puente secular.
¿Ha pulsado usted el ánimo y la forma de pensar de los antiguos habitantes de aquellas comarcas?
Por supuesto. Durante los viajes que he realizado a las diferentes comarcas afectadas, he tratado directamente con muchos de ellos. En general, se sentían sorprendidos de que alguien mostrara interés por aquellas viejas historias, y sus charlas han resultado apasionantes y fructíferas. Al referirse a sus antiguos pueblos no pueden disimular un sentimiento de nostalgia, y utilizan un discurso impregnado de cierto fatalismo, lleno de sentencias. Los ancianos son los más reacios a olvidar. Paseando a orillas de los pantanos, muchos se afanaban en describirme las calles de su pueblo oculto bajo las aguas, señalaban con el dedo dónde se encontraba la iglesia, la alameda, los pajares, o su propia casa, como si realmente los estuvieran viendo. A esta idea, me he referido bajo el concepto de “cartografía de la memoria”.
Sin embargo, como nos ha comentado, muchos de aquellos antiguos habitantes llegaron a emigrar a otros países y ciudades. ¿Qué diferencia esta emigración del desarraigo común que ha sufrido la España rural desde los 60?
En mi opinión, esta emigración tiene connotaciones mucho más dramáticas. En primer lugar no fue una emigración voluntaria, sino forzada. Para que lo comprenda en toda su dimensión, gran número de estos pueblos fueron abandonados cuando el agua comenzaba a penetrar por las ventanas de las casas, en barca, mientras sus habitantes veían ahogarse a sus animales de granja. Hubo casos excepcionales en que los vecinos se encadenaron en su hogar, u otros en que los vecinos trataron de salvar las obras de arte que aún permanecían en la iglesia. Aunque aquello es historia y, como le he dicho, el proyecto no trata de abrir viejas heridas. Sin embargo, la gran diferencia con respecto a la otra emigración es la imposibilidad del reencuentro con las propias raíces. Cualquier otro emigrante tendría la posibilidad de reencontrarse con su antiguo pueblo, pasear frente a lo que un día fue su casa. Los que emigraron a causa de los pantanos, jamás tendrán esta oportunidad, deberán contentarse con mirar a lo más profundo del agua, y convencerse de que sus orígenes se encuentran allí.
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