(Diario La Verdad) Hasta ayer la feria había sido una castaña, la novillada de ayer valió por feria y media. Quienes esparcen cizaña al trigo, agoreros pregonaos y profetas de lo incierto, han fallado, todos los espadas anunciados vinieron a la feria, sólo ellos presentaron parte de ausencia al coso. Fernando Tendero estuvo semi cumplidor con el capote. Su primer novillo no iba entregado ni había templaza en el trasteo. El espada daba más de un tironcito y su labor quedó ni fu ni fa. En cuanto a su labor con el segundo de su lote dio algún pasesito de calidad mezclado con otros no tan finos.
Javier Cortés está verde, aunque es un torero valiente y con entereza. Anduvo acertado en capote, dio algunas tandas bonitas en el que cerraba plaza y cosechó el afecto de un público que supo entender lo poquito que ha toreado. Como inconveniente su novillo enebró en el peto del caballo y estuvo cinco minutos tomando una vara. La valentía de Cortés le valió una cogida al instrumentar un pase. José Carlos Venegas vino a por la Espiga de Oro, hizo un quite por gaoneras y el novillo le prendió, sin imutarse le repitió la suerte. En su primero, José Carlos toreó magníficamente por derechazos y naturales, el novillo caminaba rebrincadito y soltando tornillazos pero Venegas lo entendió perfectamente.
Tenía al menos una oreja en la mano cuando falló a espadas y añadió con los aceros un estrambote al soleto, aún así el público estalló de júbilo. Pero la guinda la puso en el cuarto, un novillo colosal al que recibió por estatuarios, los clásicos pases del celeste imperio y de ahí en adelante paró los relojes al natural y con la derecha. De sus muñecas relajadas partidas, quebradas lentas crujía un acorde toro y torero al mismo ritmo como en sonidos diferentes en la música que se acoplan. Fue el delirio, templaza, estética, tauromaquia a raudales.
El toreo además estuvo variado, acortó las distancias hasta llegar al arrimón y ahí con gusto, utilizando el recurso de los pases del desdén, las trincherillas y una variada gama, se pasó los finísimos pitones del utrero por la faja. No se cansaba de torear para el público, ni éste de rugir, puesto en pie. Cuando montó la espada el público miraba a un cielo amenazante de lluvia, pedían a la Virgen de la Esperanza, que hoy celebra su día, que la espada entrara o quizás la ayuda del picador de Ferrera. La espada entró, fue el delirio.
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