Las reses de Adolfo Martín facilitaron un buen toreo y estocadas a los triunfadores.
El silencio también llora. Ni una mosca se oía en el minuto de silencio en memoria del difunto secretario del Club Taurino de Calasparra, Ángel Rodríguez Moya, fallecido en accidente de tráfico. Luego se mezclaron las ovaciones de sentimiento con las de saludo a los tres matadores, detalle de buenos aficionados.
Cuatro tandas aguantó el segundo novillo de la tarde, hasta el momento de rajarse cuando Luis Vilches le obligó y le pudo. Fue un novillo magnífico, repartió las tandas con ambas manos, dos y dos, y si buenos, lentos y templados fueron los derechazos; los naturales resultaron sobresalientes, mano baja, franela barriendo el albero, el tiempo detenido, la templanza por bandera, la suerte cargada y quebrada la muñeca. Sublime.
El cuarto de la tarde fue el mejor novillo del encierro. Fernando Robleño lo toreó magistralmente con la mano derecha. Hubo pases de muchos quilates, pero el trabajo del torero tuvo un problema: el toro se le coló en una ocasión por el lado izquierdo y el coleta nunca se echó la muleta a esa mano, así que el público no vio al toro por ese pitón. Además necesitó dos pinchazos y una estocada y la faena fue de más a menos.
Serafín Marín puso la voluntad, el esfuerzo y las mejores estocadas de la tarde, y aunque en conjunto su labor sólo resultó aseada, abrió la puerta grande y es que sus dos entradas a matar ya valían los apéndices. El quinto de la tarde, el de más cuajo del encierro, tomó tres varas en una, y los buenos aficionados ovacionaron al piquero.
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